Todavía siento el calor de sus brazos en la espalda, su abrazo fue como una sábana que me cubrió completo y de pronto. No sirvieron mis palabras para rogar por más tiempo. La muerte llegó a mí como un fantasma sin tocar el suelo. Mi familia dormía. Me habló de lo que hice y lo que no hice, me hizo entender que el tiempo se agotó. Cuando se me acabaron las súplicas, caí de rodillas y bajé la cabeza, abrió sus brazos y me tomó como quien levanta un niño triste del suelo.
Después entré en su pecho y me llevó.
Deja una respuesta