Historia de uno de tantos viajes a El Venado en Cuatro Ciénegas Coahuila México
El inicio quedó marcado por el mal humor de mamá. Gran complicación. La continuación fue el trabajo: A cargar block´s y aplear arena. El agua en el fondo del pozo se veía claramente y eso fue una gran noticia.
Ver a mi padre animado con sus interminables planes, nos pone alegres y coperativos a casi todos. Luego una carne asada con la parrilla casi al raz de suelo marcó el final del día y la oportunidad para hablar y comentar de todo. Conversaciones juntas se hicieron nudo en el viento.
El trabajo en El Venado no se acaba, ni se acabará. Pero sin dunda el placer está ahí, esperando entre las fibras de las asoleadas y el trabajo sobre cosas que parecen inútels cuando se ven como independientes.
El día siguiente fue más rápido. Unas labores para terminar lo que se pudo hacer. Luego el paseo por -la cueva-, que ya de cueva no tiene nada pues «el techo se cayó sobre una niña», dijo Julio, el niño que nos acompañó y guió hacia el lugar.
Lobo yo nos volvimos el punto de atención por un momento al entrar en el ojito de agua en la boca de lo que fue la cueva. Su timidez fue diluyendose con el agua tibia en sus pies, rodillas, muslos, pañal y de pronto hasta el pecho. Pronto empezó a disfrutarlo y hasta a caminar sobre las piedras redondeadas en el fondo.
Su mirada y su voz son un espacio muy amplio, son como un edificio de paredes blancas y llenas de luz, donde puedo jugar cualquier juego, hablar cualquier lenguaje y bailar de cualquier forma. Es un espacio en el que no siempre entro porque él me cierra la puerta, sobre todo cuando tiene hambre o está inquieto por alguna cosa.
Finalmente, salimos a carretera de regreso, yo al volante y sin ganas de ir a prisa. Nos detuvimos a comprar café, luego empanadas, luego elotes asados.
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