No tengo un hijo imaginario

Yo no tengo un hijo imaginario. Antes lo deseaba, lo imaginaba. Hoy han pasado los años y aquel tiempo de añoranza y desdén a la vida es un recuerdo. Yo no tengo un hijo falso. Es tan real como mi brazos rodeando su cuerpo en la mañana.

Yo no tengo una niña falsa. Tanto la deseé, que cuando llegó se instaló como aire, llenando cada rincón de mi casa y mi vida por dentro y por fuera.

Yo no tengo niños falsos. Son tan verdaderos que cuando voy a dormir me gusta verlos con sus cuerpos relajados y sus miradas a telón cerrado como promesa de incontables maravillas que vendrán.

Yo no tengo más sueños de añoranza. Se me convirtieron en dos libros en blanco que me llegaron contundentes como árboles fuertes en la mitad del camino. Imposibes de ingorar.

Yo tengo un camino por andar y las miradas de mis niños son la fuerza para seguir. Sus voces son mi canción y sus manos mi energía. De pronto con ellos los caminos me parecen más cortos que nunca y el doble de cansados. Con ellos el espacio se me achica y se me vuelve divertido.

Yo no tengo más incertidumbre. Ahora tengo lúces en mí que me dan calor día con día. Que me iluminan en todo momento. Esas luces son mis niños con su inocencia que me sabe a miel.

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