La llamada

Cuando el teléfono sonó, ya su corazón lo había predicho y se había puesto en marcha acelerada. Retumbando en el pecho de su cuerpo de jóven mujer. Los ojos estaban ya inundados pero sostenían  las lágrimas como una quinceañera sostiene sin dejar caer su vestido al pasar por un charco.

Una voz habló lejana en la bocina, el corazón se Julieta seguía acelerado y sus manos temblaban. Esperaba lo peor. La mesita de madera que había llegado envuelta en papel y cartón soportaba las uñas de la mano que no sostenía el teléfono. El viento de verano agasajaba la cortina que disfrutaba el baile y de  cuando en cuando chicoteaba de puro placer en la pared.

Los niños jugaban en el suelo, ni enterados. Ellos veían los colores de un payasito de pilas que bailaba con grandes zapatos de pico. De pronto peleaban por un turno y de pronto reían.

La voz en la bocina no dejaba de articular sonidos, unos lentos y otros altos. Todos llegaban al corazón de Julieta como combustible para latir cada vez más fuerte como un tambor.

Entonces la llamada terminó y el teléfono quedó sobre la mesita. Los niños dejaron de jugar y el payasito cantaba y reía feliz. Julieta tomó a los niños en un abrazo mientras los ojos no puedieron más sostener su cargamento. Había iniciado su nueva vida sola. Sin el hombre que habitó su corazón por años y que de pronto la muerte se lo había llevado de tajo en un absurdo accidente.

La cortina se detuvo y se despidió del viento como una novia cuando ya es tarde. Se quedó colgando, lacia y triste.

 

 

 

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