Su Nacimiento

Todo transcurrió tan rápido, que siento que fue un sueño. Ese día mi mujer se levantó de la cama, cuando tratábamos por fin de dormir en la noche de un dia largo, y dijo solo unas cuantas palabras.

-Parece que ya.

-¿Qué? –pregunté incrédulo.

Su embarazo había pasado rápido también, y por las mañanas salíamos a caminar, para que ella hiciera ejercicio, pues decía que así se facilitaría el parto.

-Bueno –continuó- ahorita te digo si es de verdad o es una de las contracciones falsas.

Mi corazón empezó a acelerarse, si de por sí, aunque estábamos en el octavo mes de su embarazo y a mi no me había caído el veinte todavía de que íbamos a ser padres. Ella estaba ahí de pie junto a la cama y yo esperando que volviera a acostarse y durmiera, que me dijera que todavía no era momento.

-Si ya viene – dijo con seguridad.

Yo me estremecí en la cama y el cansancio que sentía, junto con el sueño, me hicieron tregua por un momento. Supongo que la adrenalina participó porque me incorporé en la cama mientras por mi mente pasaban muchas cosas. Tantas cosas pensé que no pude decir palabras. Ella se movía de un lado a otro mientras me pedía que contara el tiempo entre las contracciones y me recordaba lo que teníamos que hacer. Buscaba el teléfono de la ginecóloga y hacía ejercicios mientras me acercaba un reloj.

Yo seguía sin decir palabras, solo pensaba y trataba inútilmente de armar mi plan de emergencia. Un plan en el que como siempre mis decisiones pudieran poner orden, pero parecía que esa vez no sería así.

Su Nacimiento

Las llamadas empezaron, estábamos en la mitad de la noche y el teléfono sonaba y sonaba. Algunas llamadas eran de parientes y otras de la doctora. Entonces pregunté por el tiempo que nos quedaba para prepararnos y mi mujer me explicó que teníamos algunas horas. Eso me tranquilizó solo un momento porque nos dimos cuenta que las contracciones incrementaban en frecuencia y tuvimos que salir con prisa hacia la clínica.

Para ese entonces ya la aventura de convertirse en papá había iniciado. Todo parecía un sueño, por lo rápido que estaba sucediendo y porque yo no podía creer que estaba en medio de eso. Para cuando nos pusimos en marcha ya íbamos acompañados, pues su hermano no soportó la noticia de que su hermana estaba a punto de dar a luz, y decidió ir a entrometerse con una visita en pleno trabajo de parto.

Llegamos a la cínica y el transcurrir del tiempo nuevamente se aceleró. Ella estuvo un momento en una cama para pasar después a una tina preparada para parto en agua. Yo había pensado con temor en ese momento y había concluido que sería incapaz de presenciar el evento. Sin embargo ahí estuve todo el tiempo, no se como lo hice pero la acompañé, como ella quería, y además estuve todo el tiempo sujetando su mano y tocando su cara para darle fuerzas.

En la sala de parto estuvimos el personal médico, mi mujer, mi suegra y yo. Supongo que ante mi indecisión para presenciar el parto, mi suegra por eso no se apartó de su hija.

Las enfermeras y la doctora daban instrucciones para lograr el alumbramiento mientras yo estaba ahí acelerado pues estaba tomando mate.

-Puje sin usar la voz, haga fuerza en el abdomen –decían.

Todo pasaba tan rápido y de pronto salió la cabeza del niño. -Ya salió la cabeza mi amor – dijo mi mujer mientras yo me remordía de ansiedad.

Nunca solté su mano ni dejé de abrazar su cabeza por atrás de ella para darle fuerzas, pero en ratos me escondía detrás de ella misma, para no observar lo que pasaba debajo del agua, porque me causaba mucho estrés.

-¡Ya viene, es lo último!  – dijo una enfermera.

Entonces me animé a voltear y vi a mi hijo naciendo. Sus ojos estaban abiertos y apuntaban hacia nosotros, sus padres, a través del agua. Fue un momento de gran carga emocional porque ahí estaba su carita hinchada, su cabello aplastado, su boca cerrada y sus ojos bien abiertos hacia nosotros, que lo habíamos estado esperando por años. Abracé más fuerte a mi esposa y le di ánimo para completar el parto.

Nuevamente el tiempo se aceleró, su cuerpo salió de un golpe y el personal médico se movía de un lado a otro como en coreografía. Algunos daban indicaciones, otros preparaban materiales y espacios. De pronto vimos que era niño y mi esposa lo tenía en su regazo mientras le hablaba y lo tocaba.

Después yo lo tenía en los brazos y observaba su rostro y sus ojos que todo el tiempo mantuvo abiertos. De pronto amaneció y la luz del sol invadió las ventanas de la clínica anunciando el nuevo día. Era una mañana cálida con viento y mucha luz.

Hay algo que nunca mostré a mi esposa durante la espera, incluso antes de su embarazo, cuando juntos deseábamos un hijo y nos hacíamos fuertes ante los desánimos de los doctores. Se trata de una líneas que compuse y que ni siquiera escribí, simplemente las armé en mi mente:

Dame un hijo como un Sol

 

Ven mujer que quiero hablarte

 

Dame un hijo como un Sol

 

Que me vuelva poderoso cada día

 

Dame un hijo como un Sol

 

Que sea como un libro abierto

Donde dibujar mis mejores trazos

 

Dame un hijo como un Sol

 

Que se funda con nosotros

 

De una buena vez y para siempre

 

Dame un hijo como un Sol

Hoy está con nosotros y no lo podemos creer, los días pasan volando y no hemos podido explicar lo que se siente.

Publicado en Familia, Vida

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