Leer a Cortázar, es como observar el album de fotos de una familia deconocida. Él escribió con tal detalle, que casi pueden olerse los olores y verse los colores que describe.
En tanto uno lee, encuentra gran dedicación y pulcritud en su lineas. Tanto así que produce una especie de facinación por los detalles. Uno va aprendiendo a disfrutar sus lineas como quien chupa lo restos de miel en la tapa de un frasco.
Al final, después de leer, queda ese «sabor» que se aloja en algún punto entre los oídos y la nuca. Ese sabor, que uno regresa a buscar tarde o temprano al seguir leyendo, por más que uno critique a Cortázar.
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